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domingo, 12 de junio de 2011

Tablón de Isabella

Todo el mundo está empeñado en contar el mundo en días. En los días que nos quedan, en los días que se han ido.
Yo aprendí hace mucho que debo contar mi vida en cuantas veces te hice suspirar, en cuantas veces mi sonrisa te hizo parar de llorar. He de contar mi vida en esos buenos momentos que sólo nosotros teníamos entre manos en las tarde hablando sin parar, en las noches que no dormíamos pensando en el otro a distancia. He de contar mi vida en cuan feliz te hice, en cuanto me quedó por darte, en cuanto se quedó guardado en un rincón de mi alma, en todo aquello que no pudimos cumplir.
No contaré, sin embargo, todo aquellos planes que hicimos, porque esos se guardarán en mi memoria, grabados con fuego en mi corazón, aquel que, a pesar de todo, siguió latiendo porque algo le obligaba a ello. No contaré esos momentos, como he dicho, porque sé que todo eso es efímero, y sé tan bien como tú que no los olvidaremos jamás por mucho que pase el tiempo.
También he aprendido una cosa de ti, aunque la desarrollé a posteriori por miedo a que algo de mi mente escapara, por miedo a quedarse presa por el resto de la eternidad. Aprendí que te gustaba mi risa y la manera que tenía de llorar, aprendí que lo que realmente me completaba era tu mano en la mía. Aprendí que no creía ni en el día ni en la noche, que sólo tenía por religión tus ojos y tus caricias.
Y puesto que hubiera escogido, si el sino hubiera sido favorable, la manera de quedarme viviendo bajo la calidez de tus labios y la tormenta que eran tus ojos, veloces como el rayo y salados como el mar; pienso que es momento de hacer balance, de contar los heridos y atenderlos, de dejar la ciudad ya que no queda nada excepto las cenizas.
Yo, sin embargo, me levanté sola y empecé a caminar de nuevo hacia Dios sabía donde para intentar recomponerme, pero eso no quiere decir ni que haya llegado a ese lugar ni que haya sanado por mi misma.


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